La depresión es como una aurora boreal. Te quedas embobada mirando como cambian sus colores, como de un arco aislado casi monocromático se transforma en una explosión de colores, rizos y formas. El espectáculo es tan bello, que prefieres seguir sin levantarte de la cama, esperando a que llegue la próxima explosión de tonalidades, ondas y brillos que dejaran aturdida tu mente.
El espéctaculo es tan bello, tan íntimo. Tú y la aurora. La aurora y tú. Nada más. Nadie más. Y es, precisamente por eso, por lo que olvidamos lo más importante: las auroras tan sólo son partículas solares cargadas estrelladas en la magnetósfera.
Particulas expulsadas del Sol, corriendo asustadas hacia cualquier cuerpo al que agarrarse, intentando encontrar un nuevo hogar. Sin embargo, cuando por fin creen alcanzar su destino se topan con la cruda realidad de la Tierra, quedando atrapadas por sus leyes y sus normas, viajando obligadas por el camino que ésta les dicta, observando desde el frío polar como sus esperanzas se desmoronan.
Como tú y tus sentimientos. Quizás por eso te gusten tanto.
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