He tenido a la muerte entre mis dedos y la he acariado, con sumo cuidado, como si de una taza de porcelana se tratase. He visto como peleaba contra la vida, como las dos caras de una misma moneda enfrentándose por salir airosas en una batalla que puede durar años.
He sentido el último aliento de la vida en mi cuello, como brisa marina que deja sal en tu cuerpo escociendo tus heridas. Escuchado el último latido agotado de un cuerpo vacío aún caliente.
La muerte me ha sorprendido con una pistola en el costado y una bala entre los dientes. Se ha jactado ante mi cuerpo inmóvil, petrificada de miedo. Asustada. Cohibida. Observando como pasaba entre mis manos impotentes incapaces de soportar mi propia alma. Ha navegado entre los océanos de mis ojos perdidos en un ovillo de incertidumbres. Ha gozado entre mis quejidos de dolor penetrante. Se ha divertido apareciendo como un recuerdo demasiado cercano en los momentos más inesperados, jodiendome el día.
Ha intentado tumbarme, derrocarme, ponerme de rodillas suplicándole una prórroga, un tiempo muerto, un algo para poder sentir, durante al menos un segundo, el oxígeno recorriéndome las arterias y estar segura de que sigo viva.
Sin embargo, no lo ha conseguido. Porque ya no soy esa niña miedica que cerraba los ojos llorando con fuerza. Porque ella misma me ha convertido en una mujer decidida. Luchar por lo que creo y vivir para lo que deseo. No permitir que nadie ni nada se anteponga a mi felicidad, no sin antes habernos retado en una intensa batalla. Me ha obligado a luchar. Sacar uñas y dientes. Morder como fiera descontrolada a los problemas hasta verlos desangrados y en pedazos entre mis dientes. Correr como yegua desbocada hacia mis propósitos. Lanzarme en picado como águila en plena caza. Volar. Alto. Muy alto.
Ha hecho que me levante y la mire de frente. Ahora soy yo la que aprieta el gatillo y le mire su inexpresiva cara mientras le grito hasta desollarme el alma a sus ojos de galaxias lejanas que YO SOY LA TORMENTA.
Porque ya nada ni nadie podrá conmigo. Porque por fin dejé de ser cenizas y estuve dispuesta a arder para ser de nuevo ave fénix renacido. Porque lo único que ha conseguido es hacerme perder el miedo. Y sin miedo no hay barreras. Y sin barreras no hay frenos. Y sin frenos no hay cadenas. Así que vuelvo a ser libre. Después de saborear la libertad, no cualquier mentira o miedo va a hacer que retroceda. Nos seguiremos viendo las caras solo que yo estaré a más de tres mil metros sobre el cielo.
He sentido el último aliento de la vida en mi cuello, como brisa marina que deja sal en tu cuerpo escociendo tus heridas. Escuchado el último latido agotado de un cuerpo vacío aún caliente.
La muerte me ha sorprendido con una pistola en el costado y una bala entre los dientes. Se ha jactado ante mi cuerpo inmóvil, petrificada de miedo. Asustada. Cohibida. Observando como pasaba entre mis manos impotentes incapaces de soportar mi propia alma. Ha navegado entre los océanos de mis ojos perdidos en un ovillo de incertidumbres. Ha gozado entre mis quejidos de dolor penetrante. Se ha divertido apareciendo como un recuerdo demasiado cercano en los momentos más inesperados, jodiendome el día.
Ha intentado tumbarme, derrocarme, ponerme de rodillas suplicándole una prórroga, un tiempo muerto, un algo para poder sentir, durante al menos un segundo, el oxígeno recorriéndome las arterias y estar segura de que sigo viva.
Sin embargo, no lo ha conseguido. Porque ya no soy esa niña miedica que cerraba los ojos llorando con fuerza. Porque ella misma me ha convertido en una mujer decidida. Luchar por lo que creo y vivir para lo que deseo. No permitir que nadie ni nada se anteponga a mi felicidad, no sin antes habernos retado en una intensa batalla. Me ha obligado a luchar. Sacar uñas y dientes. Morder como fiera descontrolada a los problemas hasta verlos desangrados y en pedazos entre mis dientes. Correr como yegua desbocada hacia mis propósitos. Lanzarme en picado como águila en plena caza. Volar. Alto. Muy alto.
Ha hecho que me levante y la mire de frente. Ahora soy yo la que aprieta el gatillo y le mire su inexpresiva cara mientras le grito hasta desollarme el alma a sus ojos de galaxias lejanas que YO SOY LA TORMENTA.
Porque ya nada ni nadie podrá conmigo. Porque por fin dejé de ser cenizas y estuve dispuesta a arder para ser de nuevo ave fénix renacido. Porque lo único que ha conseguido es hacerme perder el miedo. Y sin miedo no hay barreras. Y sin barreras no hay frenos. Y sin frenos no hay cadenas. Así que vuelvo a ser libre. Después de saborear la libertad, no cualquier mentira o miedo va a hacer que retroceda. Nos seguiremos viendo las caras solo que yo estaré a más de tres mil metros sobre el cielo.
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