Muchas veces me imagino la vida como una partida de ajedrez. Nadie nace sabiendo cómo hacer un enroque, mover un caballo o simplemente colocar las piezas en la posición correcta.
Aprendemos tan rápido como podemos a identificar la torre, el alfil, el caballo, los peones, la reina y el rey; junto con cada uno de sus movimientos correspondientementes.
Nos sentamos ante el tablero y antes de que nos de tiempo a colocar la silla el oponente, que juega con ventaja, comienza a mover las fichas entre sus casillas. A nuestra derecha tenemos un reloj que retrocede rápidamente. Es nuestro turno, y tenemos que actuar antes de que se ponga en cero porque entonces sí que estarás perdido.
Tenemos miedo. No conocemos muy bien las reglas del juego. Movemos fichas por intuición más que por sabiduría y acabamos recibiendo mil y una derrotas. El juego se repite, una y otra vez, una y otra vez... Recibirás cientos de jaques, querrás abandonar la partida, lanzar todas las piezas al suelo de una manotada y estrellar la silla sobre el tablero. Estarás tan cansado de perder, qué comenzarás a preguntarte si realmente merece la pena mover el primer peón o directamente tumbar a tu Rey.
Pero recuerda, en la vida, al igual que en el ajedrez, no se trata de ganar o perder. Sino de avanzar y aprender.
Y ahora, ¿cambiamos de casilla?
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