Me descalzo. Noto la arena entre mis dedos, y la brisa del mar acariciando mi cara. Cierro los ojos e intento hacer un movimiento de ballet cuyo nombre no recuerdo pero que consiste en avanzar, primero con la pierna derecha haciendo semicírculos hasta dejarla delante mía para, a continuación, hacer lo mismo con la izquierda.
Tras unos cuantos pasos hacia delante, repito el mismo proceso hacia atrás. Al llegar a la posición inicial abro los ojos y observo el dibujo sobre la arena. Forma una línea recta con semicírculos a cada lado. Sonrío, mi hermana estaría orgullosa de verlo.
Me siento y observo el paisaje. Empiezo a adorar la soledad, antes me daba miedo, pero ahora la entiendo. Es como una burbuja, una burbuja donde puedes ser tú misma, sin juicios ni prejuicios. Miro al océano y me imagino entrando en él, bajo el agua, observando el cielo a través del mar cristalino, rodeada del silencio marítimo y noto como me fundo con las olas, me convierto en paz y serenidad, en bravura y valentía, en peces y espuma.
Draco, mi fiel compañero de vidas, interrumpe mis pensamientos con un palo entre las fauces y muchas ganas de jugar. Recojo varios palos y se los lanzo. Mientras corre con sus juegos dibujo un círculo a mi alrededor e imagino que ese es mi mundo. Mi soledad y yo. Me imagino lo maravilloso que sería poder vivir para siempre dentro de este círculo frente al mar sin nada ni nadie. Sin llantos, errores, ni sufrimientos.
No puedo disfrutar mucho tiempo de mis pensamientos, Draco aparece corriendo destrozando mi círculo. Por más que intento reconstruirlo, Draco me lo impide. No me permite disfrutar de la soledad, como si fuese consciente de que es un arma de doble filo. Una droga que te consume por dentro y que a la vez no puedes dejar.
Me mira con su cara de cachorro agradecido y me incita a seguirle hasta un riachuelo. Allí observo su feliz correteo, salta en el agua, se revuelca en la arena y me mira invitándome a seguir sus pasos. Su cara, llena de arena y con la lengua fuera me observa. No puedo evitar reírme y contagiarme de su felicidad. Corro. Libre. Dejando atrás los clichés, como si no hubiese nada ni nadie que pudiese pararme. Liberandome de los lastres y del mundo, olvidando todo, dejando las penas y los traumas atrás.
Todo, menos a Draco.
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